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Tenemos mucho, lo podemos todo

Mi última columna en el Mercurio

Durante el último año he tenido el privilegio de compartir con ustedes mi pensamiento sobre temas importantes para el presente y futuro de nuestro país. Independientemente de si era sobre el rol militar, la tecnología o la renovación política, siempre traté de aportar una mirada fresca, desprejuiciada, franca y llena de amor por Chile.

Hoy me despido con una enorme gratitud, tanto para con quienes me abrieron este espacio como con los lectores que siguieron esta columna mes a mes.

La razón de mi partida es simple: he decidido cambiar el sitial de analista y comentarista, siempre razonablemente distante y con ciertos aires de neutralidad, por el de candidato a alcalde jugado en alma y cuerpo por sus ideales y sueños.

Los últimos tres años de apasionante y desafiante trabajo en el mundo privado me enseñaron muchas cosas. Primero, la importancia de producir y medir bien los resultados, sin conformarse con el esfuerzo empeñado en ello. Segundo, la urgencia de hacer las cosas bien y rápido, como única manera de sobrevivir en un mundo cada día más competitivo y cambiante. Tercero, lo vital que es tener empresarios con visión, coraje, empuje y profesionalismo para crear riqueza y empleos sustentables en el tiempo.

Finalmente, viajando por Latinoamérica aprendí que todo lo anterior no funciona en un país donde no impera el derecho, donde las instituciones no son fuertes y autónomas, y donde no existe una clase política honesta, preparada y comprometida con el bien común.

Por eso, mi actual decisión de volver a mi vocación de servicio público no es al azar ni, menos, por falta de otras oportunidades laborales. Trabajar como ejecutivo privado (sobre todo con personas como Andrés Navarro) me sirvió para aprender y valorar ese mundo, y me hizo desarrollar habilidades ejecutivas críticas para un mundo cada día más complejo y dinámico.

Sin embargo, en la vida no basta con la satisfacción profesional. Si uno descubre aquello para lo cual se siente llamado, no puede hacerse el sordo. Puede ser que ese camino esté lleno de dificultades y sacrificios, pero todo ello encuentra sentido cuando se hace por amor a los demás.

Chile necesita hoy a todos sus hijos e hijas explotando sus talentos al mil por ciento. Eso vale para empresarios, artistas, académicos, obreros, jóvenes, técnicos y profesionales. Y también vale para los políticos.

Sé que estoy optando por una vocación desprestigiada y en la cual desconfía la gente. Sé que sería más cómodo quedarme donde estoy, y seguir criticando desde la galería, o la comodidad de quien tiene sus problemas materiales resueltos. Sé, finalmente, que trabajar en una comuna pobre es meter los pies en el barro y tener que enfrentar mil y un problemas con pocos recursos. En síntesis, sé que estoy eligiendo un camino largo y escarpado.

No obstante, créanmelo, lo hago feliz y lleno de entusiasmo. Son éstas las batallas que vale la pena pelear, y son estas aventuras las que a uno le devuelven el brillo a los ojos, el color a la sangre y el sentido a la vida.

Espero que mi próxima columna sea para contarles cómo estamos construyendo un nuevo Chile - justo, integrado y alegre- en los faldeos cordilleranos de Peñalolén.

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