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Tenemos mucho, lo podemos todo

Amor Cívico

Este es un artículo que escribí para la revista Desafío.

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Aunque parezca raro, en las siguientes líneas quiero vincular el desarrollo, el compromiso cívico ciudadano y el universal concepto de amor al prójimo. Motivado por la reciente discusión sobre la inscripción automática y el carácter obligatorio o no del voto, he pensado mucho sobre la vinculación de este tema con las dimensiones éticas, políticas y económicas del vivir en comunidad.

Durante los últimos tres años me correspondió viajar por negocios a muchos países de América Latina. Si bien cada país tiene una cultura especial, en todos pude apreciar al menos dos razgos comunes. Primero, cada país cuenta con una enorme riqueza natural y humana, sea que ésta se encuentro sólo en potencia o bien que ya esté siendo explotada. Lamentablemente, también pude apreciar como la corrupción y la ausencia de instituciones sólidas son pan de todos los días en todo nuestro continente. Así las cosas, no es casualidad que a pesar de toda esa riqueza en potencia, gran parte del continente esté sumido en condiciones de pobreza y subdesarrollo simplemente insoportables a la dignidad humana.

Luego de décadas de predicar que las meras reformas económicas sacarían a LatinoAmerica del subdesarrollo, entidades internacionales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano han llegado a la no poco sorprendente conclusión que sin instituciones y una clase política de calidad los países seguirán sumidos en la miseria. Y es que aún una economía de mercado abierta y global requiere de entidades públicas eficientes y honestas. Estas, junto con garantizar o emular la competencia, deben proteger los derechos de consumidores y pobres, proveer bienes públicos como la salud y la educación, y estimular estrategias coletivas..como el ingreso a la sociedad de la información o la inserción internacional, entre otras funciones.

Lamentablemente, muchos creen que este tipo de Estado se produce espontáneamente. Crazo error!. La modernización del sector público supone niveles de convicción, voluntad política, gestión y perseverancia importantes. Sin estos atributos, la debilidad de las instituciones públicas de nuestros países seguirán haciendo el Estado sea alternadamente capturado por intereses político/partidistas, económicos o corporativistas. En todos estos casos, los más afectados seguirán siendo los pobres y los niños.

Para tener un Estado de buena calidad, requisito fundamental para tener desarrollo y justicia social, debemos inevitablemente tener una política de calidad. Tener una política de calidad, por su parte, supone políticos de calidad. Y tener políticos de calidad, finalmente, supone ciudadanos activos que sepan premiar y castigar a los buenos y malos políticos.

Dicho todo lo anterior, resulta obvio que de nada nos sirve sostener que aspiramos a una sociedad justa, donde todos tengan lo básico para vivir e igualdad de oportunidades para desarrollarse, si no aportamos nuestro granito de arena para que nuestras instituciones funcionen bien y tengamos buenos representantes en los diversos niveles de gobierno. En otras palabras, nuestro amor al prójimo tiene (y debe tener) una dimensión social que supera con creces la importante pero siempre insuficiente caridad personal. Para traerlo al contexto chileno, de que vale mi aporte personal para dar almuerzo a los más pobres del Hogar de Cristo o una mediagua a través de Un techo para Chile, si al final del día me resto de participar del proceso democrático donde debemos eligir a las mejores autoridades para hacer las reformas estructurales que faciliten el acceso a empleo, vivienda y salud para todos.

En tiempos donde el amor ha ido siendo relegado a su dimensión más íntima y personal, es importante rescatar su aspecto social a través del compromiso cívico. Amar al prójimo no es sólo tener buenos sentimientos respecto de él, sino que supone comprometerse para que tengamos respuestas estructurales a sus problemas. Es en este sentido que debiera tomarse la discusión actual sobre la inscripción automática y el carácter obligatorio del voto. No sólo de derechos vive el hombre. También se deben cumplir ciertos deberes que nos permitan gozar de un espacio común de convivencia denominado democracia. Votar cada cuatro años, durante un día feriado, por cualquier persona y en poco tiempo, no parece ser una carga insoportable para alguien que dice amar a su prójimo y desea ver cada día más oportunidades para los más pobres. Adicionalmente, la incorporación de los 2.4 millones de jóvenes en forma automática al registro haría que los partidos renovaran sus candidatos, mensajes y su valoración de lo juvenil.

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